Los invitamos este martes 22 de noviembre a la presentación del Libro “Portal de los Árboles, Una visión humana”, de Fernando Ortiz.
A las 19:00 horas, en la Sala de Conferencias de la UCSC, ubicada en Caupolicán 459, Concepción.

Fernando Ortiz nació en la Región de La Araucanía y fue allí donde encontró la inspiración que lo ha acompañado durante su vida de poeta. “El portal de los Árboles, una visión humana” es una recopilación de 67 de sus poemas, un trabajo de seis años.

Clemente Riedermann nos introduce en la publicación y relata:
Esta es la palabra de un hombre que trabajó con el hierro y el acero, pero que guardó en su conciencia la preocupación por el destino del bosque austral. Todo un ejemplo de integridad del trabajador chileno. “Hablo de los hombres que de golpear martillos / han dejado su memoria para habitarla” declara el autor.
Fernando Ortiz escuchó de niño las “miles de voces en el himno de los árboles muertos” y “lloró por dentro de los árboles”. Esa experiencia le acompañó durante su travesía laboral en la usina de Huachipato y ha asumido, en su madurez, el libre compromiso de compartir con el público lector su ideario ético y ecológico.
“Soy local y provinciano” escribe Fernando Ortiz, evocando aquel “provinciano y pajarero” de Pablo Neruda. Con esto señala el destino deseable de su obra: los chilenos y chilenas como él, personas a las que el tráfago de las obligaciones cotidianas nos deja levantar cabeza y observar como el poder depredador arrasa con su único espacio de libertad y recreo: la naturaleza.
Se trata de una palabra surgida de la observación y la reflexión. Tiene la dureza del hierro y “la insoportable levedad del ser” que se mantuvo y viva en su espíritu a través del tiempo. Tan viva como para emprender un nuevo comienzo: “Para esto he nacido, para cantar por la lengua de los pájaros / la resurrección de los árboles”.

La obra la comentará la escritora Violeta Cáceres.

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HOMBRES QUE PARECEN SEMBRADOS COMO ÁRBOLES

Donde yo vivía los campos no eran desvalidos
las nieves destellaban luz sobre el valle,
los ríos se descolgaban rápidos y ariscos
y había una complicidad con lenguas y araucarias.

Donde yo vivía los hombres cuidaban sus pasos,
eran de mirada clara y fresca
para festejar y amar,
para corregir la marcha del próximo día.

Ellos, los viejos urdían el invierno
con cada hilo de lluvia,
levantaban fuegos desde el rescoldo.

Sus brazos abrían la mañana
sobre cuchillos de escarchas.

Le temían al pájaro de la noche
y a las tres veces de su canto
el mal augurio les causaba insomnio,
a veces alguien pensó
que eran las voces del patrón.

Así es la cosa, dijo el viejo,
y el humo le daba el sabor a la cecina
para el estofado.

Y las aves esperan la primavera
para hacer su aporte a la tierra